Se incorporó lentamente y poco a poco fue abriendo los ojos. Ya con los pies en el suelo metió la mano en el montón de ropa que había encima de la silla y cogió los pantalones de casi todos los dias. Todavía estaba cansado. Pasó un buen rato hasta que esa sensación desapareció. El despertador seguía sonando cada diez minutos. Él nunca lo apagaba hasta que estaba convencido de estar vivo. Su único desayuno eran dos cigarros y un vaso de agua. De esta manera empezaba las mañanas; bajaba las escaleras y sorprendentemente se comía el mundo.
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