Debian ser cerca de las seis de la mañana. Como acostumbraba, Sinclair volvía a casa propinando punterazos a una piedra para entretenerse. El camino era largo, muy largo. Contaba los pasos que daba, las veces que golpeaba la piedra, los cigarros que se fumaba y las cosas raras que pensaba. Las cosas raras que pensaba. Si hubiese existido un concurso de pensamientos raros, Sinclair habría sido campeón del mundo pero no fue así.
Estaba obsesionado con las luces de neón, robaba todas las que veia de camino a casa. Todo ello, por supuesto, sin perder la cuenta de los pasos, cigarros... Sin embargo fue totalmente incapaz de contar la gran cantidad de luces de neón que almacenaba (amontonaba) en su casa. Muchos sabian de su afición pero todos ignoraban el fin de sus actos.
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