Se le ocurrió que podia hacer unas apuestas. Nunca gastaba nada y apenas sí tenía deudas. El caso es que vivía más o menos bien y con eso se conformaba. Se puso el traje de gala, no quería parecer novato en su primer día en el casino. Entró "rompiendo", como quien dice. Fue directamente a la ruleta americana y tras ver varias manos se animó a apostar. Sinclair estaba ganando poco a poco. Cuando vino a dar cuenta había multiplicado por diez el dinero que traia pero la monotonía empezaba a cansarle, necesitaba una gran apuesta. Una apuesta que le hiciera sentir ese cosquilleo del que había oído hablar. Tiró una ficha al aire que tras rodar un poquito fue a parar al número deiciseis. Depositó todo en el dieciseis y la suerte estuvo de su parte, al menos de momento. Muchos hubieran seguido pero Sinclair daba por clausurada su actuación con esa mano de suerte. Se terminó el coñac tranquilamente dando ligeros movimientos en círculo a la copa y cambió sus fichas. A la salida se le acercaron dos chicas de naturaleza "tremenda" en busca de acción. Sinclair creia haberlas visto de pasada cuando estaba en la ruleta aunque en el fondo le daba exactamente igual ya que, para él, por encima de todo estaban las mujeres. Sinclair creia estar en un sueño cuando se vió de repente en su casa y con dos chicas en la cama. A la mañana siguiente las chicas no estaban. Tampoco halló rastro del dinero que había ganado la noche anterior, aunque esto fue lo que menos le molestó. Ya le daba igual, tenía claro que volvería y le pasaría otra vez.
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